domingo, 29 de noviembre de 2020

El eximio arte de cagarla

 


Murió Diego Maradona. Dificilmente haya un puto ser humano que desconozca la noticia. 

La muerte del ídolo nacional más grande de toda la historia argentina, te podrá gustar o no. Me cuesta encontrar un personaje mundial contemporaneo que llegada la hora de su muerte, una porción enorme del planeta pueda sentir que se fue un ser que conmovió su vida. 

Por estos días, imagino que el único capaz de empardar la jugada sería el Papa Francisco. Si su muerte sucediera en ejercicio del Poder de Roma, y aún así tengo mis dudas.

Sobre su vida deportiva, personal, conductas e inconductas, juicios morales y pontificaciones exponenciales creo; ya se ha dicho escrito o dicho todo. Todo lo que se puede expresar ante la cercanía del duelo ya ha sido puesto sobre la mesa.

A cuarenta y ocho horas de su muerte, y menos de veinticuatro de ese acto que pretendió ser su funeral y terminó en desastre; nos preguntamos con Juan en una charla telefonica como podemos haber jodido lo que debió ser una despedida al más grande que pudiera ser marcada para quedar en los libros de historia. Gases, piedras, las mafias de las barras bravas tomando por asalto la Casa Rosada. El reparto de culpas. La imputaciones de egoismo sobre parte de su familia. Escribo ¨parte¨ por que los es, pero también para poner en valor  que también es humano, desear que el karma termine.

A noventa y seis horas de su muerte, recomienzo la escritura. Ya pasaron las críticas a los Pumas por no haber estado a la altura del homenaje realizado por los All Blacks, poniendo un camiseta negra con el 10 y Maradona. 

También ya pasó esa terrible foto de Messi con la 10 del Diego en Newells. Si, Messi, ese ser tan puteado por no cantar el himno, por no parecerse al Diego, por no venir a su funeral, por no haber salido Campeón del Mundo.

 


Todo eso, nos ayuda. Nos da una mano, para hacernos los boludos y no hacernos cargo. Cuando pasen los años; los nombres de Alberto Fernandez, Rodriguez Larreta, Wado de Pedro, Sabrina Frederich, Diego Santilli,  aún del de Cristina Fernandez (perdón a mis amigos k) quedarán en el olvido. La historia dirá que, los argentinos no fuimos capaces de organizar un funeral a la altura de lo que Diego Maradona representa en la sociedad argentina. Y también la historia dirá, que decidimos pactar con las mafias del fútbol, que si le ponemos maradoniano al cualquier acto vándalico lo cubrimos de impunidad, y que también nosotros elegimos, que puede entrar a la Casa de Gobierno cualquier delincuente que no puede entrar a una cancha de fútbol. Que decidimos pactar con el poder, pero que jamás nos haremos cargo de ello.

La historia dirá que nos quedamos en la cómoda, que la culpa es del otro, que todo es la cultura del aguante, que nos aferramos a los relatos, que hasta altura no importa si te interesa el fútbol ( deporte tan puteado por el progresismo argentino, a tal punto que cuando lo adoptaron se asociaron con lo peor de el). De la carpeta del progresismo argentino, una cita especial para el feminismo. Muy tierno, los malabares dialecticos que le visto hacer a feminista a ultranza para justicar su amor incondicional al Diego.  

Esta líneas, no tratan de mi amor a Maradona. Yo sé porque lo querré siempre, y porque aborrezco de otra parte de su historia y al final de todo a nadie le interesa mi opinión.

Estas líneas tratan de porque, teniendo la pelota abajo del arco la tiramos afuera.



 

 

viernes, 28 de agosto de 2020

El Humo es perjudicial para la salud.


Las estadísticas indican que,  en Argentina morimos por:1) Enfermedad coronarias 2) Accidentes Cerebro Vasculares 3) Cáncer. 4) Accidentes de tránsito.5) Epoc. 6) Diabetes.7) Enfermedades mentales.8) VIH/Sida. 
Esas son las principales causas por las cuales sacamos boleto de ida. Evito insertar en orden alguno el COVID 19, por excepcional, por pandemia y por ende causal hoy universal de muerte.
Lo que me es inevitable citar es otra causal de muerte en Argentina, que por extendida y muchas veces de forma lucrativa, tambien ha sido causal de sobrevivencia de muchos compatriotas...la ingesta de humo.
 Sus vendedores, han sacado excelentes dividendos. Han construido sus vidas, conformes a sus expectativas, y el mercado es tan amplio que involucra todo el abanico político-ideológico. 
Bajo el heterónimo Álvaro de Campos, Fernando Pessoa escribió ¨Poema en línea recta¨,  y en esos versos siento la tranquilidad en su lectura que alguien con el talento del portugués describió de manera excelente, que las más de las veces nos toman de boludos. 
Nunca he conocido a nadie a quien le hubiesen molido a  palos.
Todos mis conocidos han sido campeones en todo.
Y yo, tantas veces despreciable, tantas veces inmundo,
tantas veces vil,
yo, tantas veces irrefutablemente parásito,
imperdonablemente sucio,
yo, que tantas veces no he tenido paciencia para bañarme,
yo, que tantas veces he sido ridículo, absurdo,
que he tropezado públicamente en las alfombras de las
ceremonias,
que he sido grotesco, mezquino, sumiso y arrogante,
que he sufrido ofensas y me he callado,
que cuando no me he callado, he sido más ridículo todavía;
yo, que les he parecido cómico a las camareras de hotel,
yo, que he advertido guiños entre los mozos de carga,
yo, que he hecho canalladas financieras y he pedido prestado
sin pagar,
yo, que, a la hora de las bofetadas, me agaché
fuera del alcance las bofetadas;
yo, que he sufrido la angustia de las pequeñas cosas
ridículas,
me doy cuenta de que no tengo par en esto en todo el
mundo.

Toda la gente que conozco y que habla conmigo
nunca hizo nada ridículo, nunca sufrió una afrenta,
nunca fue sino príncipe - todos ellos príncipes - en la vida...

¡Ojalá pudiese oír la voz humana de alguien
que confesara no un pecado, sino una infamia;
que contara, no una violencia, sino una cobardía!
No, son todos el Ideal, si los oigo y me hablan.
¿Quién hay en este ancho mundo que me confiese que ha
sido vil alguna vez?
¡Oh príncipes, hermanos míos,
¡Leches, estoy harto de semidioses!
¿Dónde hay gente en el mundo?

¿Seré yo el único ser vil y equivocado de la tierra?

Podrán no haberles amado las mujeres,
pueden haber sido traicionados; pero ridículos, ¡nunca!
Y yo, que he sido ridículo sin que me hayan traicionado,
¿cómo voy a hablar con esos superiores míos sin titubear?
Yo, que he sido vil, literalmente vil,
vil en el sentido mezquino e infame de la vileza.
Ser un esceptico, muchas veces es un pose cool que pretende evitar todo compromiso y otras tantas es repudiada por los adoradores de los discursos de la salvación. La salvación de las almas, de los pobres, de la libertad absoluta (tan absoluta que se corroe de tan capitalista).
Envidio a los tipos de fe, de la fe religiosa . De aquellos, que tienen una última tabla donde agarrarse, cuando la realidad te pone dos metros bajo el agua. Siempre he tenido fe en otras cosas, firmemente he creído y con la misma intensidad al cabo del tiempo, me he sentido defraudado.Y de manera concurrente, han creído en mí y los he defraudado. No se si hacerse cargo de esto hace la diferencia, o quizás lo resignifica, de conformidad al léxico pedorro de los actuales tiempos.
Empiezo a conocer las orillas del escepticismo sin demasiado tiempo para conocer nuevas costas. No me jode la decepción, me molesta desconfiar en que los últimos paraguas me protejan de la lluvia.
No me siento mejor o peor por pertenecer o haber pertenecido a determinadas cofradías. Siento orgullo de los míos, de aquellos que han transpasado toda frontera de generación o ideología. Tambien ese orgullo conmulga con el dolor, a la manera descripta por Allen Ginsberg en su ¨Aullido¨...¨Vi las mejores mentes de mi generación destruidas por la locura, hambrientas histéricas desnudas, arrastrándose por las calles de los negros al amanecer en busca de un colérico pinchazo¨.  Posiblemente no haya pinchazos, a veces si. Lo que ninguno de ellos han dicho, es que han sido superiores al resto.
Mi último paraguas respira comodidad disfrazada de sacrificio. En el mejor de los casos, un sacrificio ya hecho mucho tiempo atrás. Escribo esto en el día cien mil de una cuarentena más o menos, donde hemos aplacado la curva o la hemos ocultado. Donde queremos abrir todo en el medio del desastre, o me cuentan los muertos junto a una payasa. Hay más tela para cortar, hay más historias para contar. Solo se trataba de desentumecer las manos.

domingo, 3 de mayo de 2020

Hasta luego Doctor


¨...Muere lentamente quien no gira el volante cuando esta infeliz
con su trabajo, o su amor,
quien no arriesga lo cierto ni lo incierto para ir detrás de un sueño
quien no se permite, ni siquiera una vez en su vida,
huir de los consejos sensatos…¨


(Quien Muere? Pablo Neruda)

Muchas veces, el silencio y la distancia son las formas menos dolorosas de una despedida. En algunas otras, quizás las menos, el contacto y las palabras tienden a disminuir la intensidad de la tristeza.
En esta mañana de abril pandémico, me llega la tardía noticia de la muerte de Jose Patricio. Doctor Torre fue siempre mi forma de mencionarlo.
De una natural forma antediluviana, jamas lo tutee. Justo yo, que he hecho del uso del usted una práctica tan usual como la letra cursiva.
En modo alguno, ese formal trato significó distancia. Un tipo con carácter afable, verborragico en modo habitual, con superlativos conocimientos jurídicos e históricos, de una humildad y generosidad que difícilmente vuelva a conocer, sanmartiano de ley, casado desde tiempos inmemoriales con Doña Marta, peronista e hincha de Racing. Un buen tipo, uno de los que elegís en la pisada del potrero para que te acompañe a jugar este complicadísimo clásico que es la vida.
Dicho de tantos, pero esta vez nunca mejor aplicado, uno de los imprescindibles.
Tuve la suerte de presenciar sus clases de derecho, dadas en las mesas de café, en un pasillo, o a través del teléfono. Con  virtuosismo dado a pocos, alumbraba los lugares más nebulosos del derecho y a modo de cuento para pibes te relataba momentos complejos de la historia universal.
En ambientes tapizados por los intereses y las traiciones, lo vi elegir el lugar de los perdedores sin especulaciones y  por intima convicción. Siempre tenía tiempo para darte tiempo, moneda escasa en las épocas que corren.
 Cuando obtuve mi título en la facultad, comenzó a tratarme como su colega. Siempre le manifesté que eso era una exagerada muestra de cariño. Preferí  considerarme su alumno, un pertinaz y mediocre aprendedor de sus conocimientos inabarcables.
A través de los años recibí el cálido trato que muchas veces dan los padres a los hijos, y en esos momentos de charlas que comenzaban en el fútbol, pasaban por el Derecho y que inexplicablemente culminaban en alguna batalla de la independencia sentí también la presencia de mi viejo.
Recurrentemente citábamos el Santo Grial de los abogados laboralistas, San Jefe de Personal, San Delegado y San Contador; sin quienes muy seguramente llevar el mango a casa me hubiera sido muy complicado.
Tipeaba los teclados con dos dedos a modo de oficial de comisaría y a la velocidad de un concertista de piano. Nunca necesitó tener un Código a mano para transcribir de manera textual un artículo, ni hojear libros jurídicos para invocar citas de Fallos, y de los escritos salidos de ese vertiginoso tipeo tuve entre mis manos respuestas que venían anexadas de conejos y galeras.
Por motivos que no vienen a caso traer a cuenta, dejamos de vernos con la frecuencia que lo hicimos durante más de veinte años. Pero siempre estuvo predispuesto a darme una mano, al solo pedido de auxilio a través del teléfono.
En los últimos tiempos abrió una cuenta de Facebook, a través de la cual solía comentarme mis post con una lucidez a prueba de cualquier óxido. A medida que se espaciaban sus comentarios, empecé a sospechar que su salud empezaba a menguar. Entonces, esporádicas llamadas a su casa, me confirmaron que no andaba bien pero que su hidalguía aminoraba los impactos del paso de los años.
Tengo aún guardado un borrador de un futuro libro que nunca vió la luz y que versaba sobre un tema muy poco tratado en el derecho laboral; me lo entregó como acto de cariño y haciéndome creer que pudiera sugerirle correcciones. Una tarea tan adecuada como explicarle como gambetear a Bochini o darle sugerencias a Riquelme de como se patea un tiro libre.
En aquellos tiempos donde casi siempre después del mediodía compartíamos café en mi oficina y a tenor de una charla que no se como derivó en ello, hicimos un pacto. Cuando llegado el momento de la muerte de alguno de los dos, el otro sería el que daría el discurso de despedida en el entierro.
Ese acuerdo data de hace más de quince años, pero nunca me dejó de rondar en la cabeza. Por diferencias de edades, parecía natural que el que debiera dar el discurso de despedida era yo. Siempre sentí que esa, era una responsabilidad que me iba a pesar demasiado. Cada tanto me acordaba de ello, y siempre tal situación me ponía tenso. Que palabras podría usar para describir lo que fue en vida? Cual sería los términos que podría usar para expresar mi amor hacia él sin caer frases trilladas? y conociéndome un poco...como carajo iba a hacer para evitar llorar antes de terminar la primera linea?
Ahora, que su muerte sucedió, que la noticia me llegó muy tarde y no hay entierro solemne para cumplir mi parte de nuestro pacto; pareciera que me he  desligado de ese compromiso. Pero no, siento que debo cumplir mi parte y despedirlo. Es otra despedida, que quedará entre él y yo. Pero que tiene igual peso y responsabilidad, y por eso escribo estas líneas cientos de veces pensadas pero nunca escritas:

Voy a cambiar mis costumbres. Hoy, por única y última vez voy a tutearte. Vos sabés que antes me era imposible. Lo que en vida fue un enorme respeto y cariño, hoy el afecto y el amor prima para dirigirme a vos. Lamento no haber podido estar a tu lado en los últimos tiempos, paro ello no hay excusas valederas aunque vos hubieras encontrado las razones de las dispensas. Pero como verás, cumplo con mi parte de lo que pactamos en aquel edificio de la calle Perón que nos vió compartir tantas cosas. Hoy te escribo para despedirte, pero fundamentalmente para darte gracias. Gracias por tu generosidad, tu humildad y tu amistad. Me trataste como un par, sabiendo perfectamente que no lo eramos. Pero vos siempre lo hiciste así. Gracias por enseñarme que hay gente que nace con vocación, ama lo que hace, y exhuda su pasión en todo acto que hace. Siento que vos no eras un hombre del Derecho, el Derecho era tu ADN y tu grupo sanguíneo. Gracias por enseñarme tanto, de Historia, de Derecho, y de como uno debe de aprender de las derrotas para volver a la pelea. Fuiste Juez y cuando llegaron los milicos, preferiste irte antes que violentar el juramento que hiciste ante la Constitución. Te echaron de la Facultad, y no llevaste un estandarte de esa persecución. Fuiste vos, ante cualquier situación, y eso no lo hace cualquiera. 
Las jerarquías eran solo aplicables para los que tenían un rango mayor al tuyo, para el resto de los mortales vos fuiste siempre un par para el resto de la tropa. Esto te hizo un grande, y de esa manera siempre te voy a recordar.
Ya no tendré la oportunidad de disfrutar tus charlas que siempre devenían en clases magistrales de historia. Y no nos podremos chicanear después de un clásico de Avellaneda. Difícilmente encuentre a otro llevar con tanto orgullo un celular atado con banditas elásticas, ni quien llevara su agenda y sus papeles con tanta elegancia dentro de una bolsa de supermercado. Maestro de convertir lo difícil en algo simple, debo reprocharte que este pacto que acordamos me es muy difícil . Pero me detengo a pensar que las despedidas nunca son fáciles. Que van acompañadas de dolor, tristeza y la certeza de que muchas cosas no van a volver a suceder, que las lágrimas que acompañan estas lineas me liberan de la impotencia. Que el recuerdo es el mayor de los legados, y que el amor bien merece un pacto. Hasta luego José Patricio, si hay algo más allá de esto, voy a buscarte en el algún Tribunal y ahi seguramente te voy a encontrar. Y te voy a dar el abrazo, que me quedó pendiente pero que no prescribe.




miércoles, 1 de enero de 2020

Palabras, ingrávidas palabras.



 Abro mi correo electrónico. Un mail de Spotify me notifica que ellos saben mejor que yo la música que escuché durante el año. Me señalan la cantidad de temas que reproduje, cual fue el músico al cual más escuché, que tipo de música acompañaron mis días, de que nacionalidad eran las bandas o solistas.
Una radiografía de mis estados de ánimos, instantáneas de mi alma en manos de terceros a disposición del mundo. Facebook se encarga de buscarme amigos, conocer mis simpatías políticas y ofrecerme en cómodas cuotas cosas en las que algunas vez estuve interesado. Twitter me proporciona la suficiente cantidad de noticias falsas para indigestarme con información y proveerme de una cantidad de enemigos a los cuales odiar. Google me conoce como nadie, ellos saben cuales son mis intereses más oscuros; los historiales de navegación de cada persona hablan más de ella que cincuenta horas de terapia.
Spotify me avisa que ellos saben que música me gusta, un acto de altanería innecesaria. Un golpe bajo del matón de la cuadra. " Sabemos que estas jodido"  parecieran decir. La música ha sido el último refugio de mis estados de ánimos, y el listado que me envían da muestra de ello.  Una playlist realmente deprimente y que cumple al pie de la letra el interrogante de John Cusak en "Alta Fidelidad"... "estoy triste porque escucho esta música o escucho esta música porque estoy triste?"
Crueldad innecesaria la de Spotify, es necesario  recordarme lo que posiblemente deseo olvidar?.
Y así andamos, con secretos guardados bajo cinco llaves...que ya conocen las multinacionales de las comunicaciones. Nuestros peores pecados y nuestras mayores virtudes silenciadas para nuestros amigos y almacenadas en servidores, para su uso discrecional por quienes tienen como fuente de incalculables ingresos digitarnos nuestras vidas.
La victoria arrasadora de la dictadura de los algoritmos. Las corporaciones que manejan las redes saben todo de nosotros y lo que pudieran llegar a ignorar, se lo proporcionamos nosotros de manera ingenua y gentil. 
Hemos tercerizado los sentimientos. Ese abrazo, nuestros viajes, nuestros dolores, nuestras utopías, nuestros desengaños... no terminan de configurarse si no los compartimos con desconocidos?. Y cuando hemos decidido que el dolor o la alegría no merece ser compartido...el gran hermano te recuerda que él lo sabe.
Aunque nada pueda hacer cambiar el estado de las cosas y las palabra no tengan peso; hay momentos en que me rebelo a que las personas sientan solo atracción por las redes. Volver a poner en vigencia la ley de gravedad, y que los cuerpos sientan atracción por otros cuerpos parece el desafío.