"Mi nombre es Luis Alberto Spinetta. Tengo 61 años y soy músico. Desde
el mes de Julio sé que tengo cáncer de pulmón. Estoy muy cuidado por una
familia amorosa, por los amigos del alma, y por los mejores médicos que tenemos
en el país. Ante el aluvión de información inexacta, quiero aclarar
públicamente las condiciones de mi estado de salud. Me encuentro muy bien, en
pleno tratamiento hacia una curación definitiva. Quiero agradecer a todos por
la buena onda que he recibido, y pedirles que no paniqueen, y no tomen en
cuenta las noticias que han generado los buitres de turno. No tengo ninguna red
social, ni Twitter, ni Facebook, etc, por lo tanto todo lo que lean al respecto
es falso. Pertenezco a Conduciendo a Conciencia, y les recuerdo que ahora en
las fiestas, si van a conducir no deben beber. Gracias. Los quiero mucho.
Felices Fiestas.”
Han transcurrido doce meses desde
este comunicado de prensa y diez desde la muerte del Flaco. La velocidad de los
acontecimientos y la dureza de las noticia hizo que, al momento de su partida
fuera imposible procesar el dolor y la verdadera implicancia de su obra en mi
vida. En aquel momento los medios, cualquiera fuera su orientación
periodística, llenaron sus paginas con homenajes. Escribió todo el mundo, los
que lo conocieron con profundidad y los que no tenían la más remota idea de su
obra.
Una estrofa de una canción
escrita hace ya bastante tiempo define de manera brillante, la relación que
tuvo el público y los medios con su música: “nunca me oíste en tiempo”.
Con sus primeros temas (“Muchacha
ojos de Papel”, “Plegaria para un niño dormido”, “Fermín”), se podría haber
anclado estilísticamente y vivir eternamente de innumerables revivals y
regresos. Pero era un artista gigante y por ello, vivió en la búsqueda
constante, anteponiendo el respeto hacia los caminos donde lo llevaran su
talento a las bondades de las masividad.
Gozó del respeto irrestricto de
todos su colegas, en esa cofradía amorfa que en algún momento se denominó Rock
Nacional. Valorado en cada una de sus experiencias estilísticas, desde el rock
pesado al jazz rock, en todas las rivalidades musicales que cruzaron la música
argentina en los últimos cuarenta años emergía como casi el único que quedaba
por encima de ellas.
Solo algunos discos podrían haber justificado su obra y su descomunal talento, “Pescado Rabioso II”, “Artaud”, “Kamikaze”. .
Sus concesiones a la nostalgia,
fueron una manera única de potenciar su arte. La reunión de Almendra sobre
fines de los setenta y que quedara registrado en un disco doble en vivo, tuvo la potencia de un reencuentro de amigos que se extendió solo el tiempo que
viejas canciones pueden ser rescatadas con frescura intacta.
A lo largo de su vida, siempre
hubo artistas más vendedores y populares, pero el tiempo decantó de manera
lógica, la mayoría solo son recuerdos de adolescencia de algunos y él quedó con
su apellido y apodo como marca registrada.
Hay un Spinetta para los que
tiene más de sesenta años, otro para los de cincuenta pero también un Flaco
para los de cuarenta y otro para los de treinta o menos.
Acercó los libros de Artaud y
Castaneda a adolescentes, que no hubieran accedido a ellos de no pertenecer a
su clan de seguidores.
Construyó los primeros cimientos
del movimiento de rock argentino, junto con Nebbia y Manal. Pero siguió
avanzando en ese gran edificio lo que lo transformó en par y referente de
varias generaciones de músicos que sobrevinieron.
Con León Gieco, Charly García
Pappo y Ceratti comparte un Olimpo vernáculo del cual formará parte eternamente en la
música argentina.
Fui testigo de varios de sus
recitales, pero hay dos que son marcas profundas en mi vida.
En 1982, en el Estadio Obras
(templo del rock argentino durante más de veinte años) presentó “Kamikaze”.
Nunca pensé que un tipo sentado con una guitarra acústica y eventualmente
acompañado por el piano Rhodes del gran Diego Rapoport, pudiera desplegar tanta
magia. Ese disco representa una ruptura sobre la música que Spinetta que venía
haciendo con Jade, con marcadas tendencias del jazz rock y la que después
seguiría haciendo hasta mediados de los ochenta en la que “Bajo Belgrano”
reluce como faro musical y estilístico con el arte de tapa del disco (obras
perdidas por el cambio en los soportes musicales). En esa noche de invierno, la
potencia de su poesía y la aparente simpleza de sus acordes y melodías,
llenaron de belleza ese estadio de Nuñez. Aún cuesta creer que “Barro tal vez”
fuera escrito cuando tenía quince años… Spinetta fue capaz de esos milagros.
Hacia fines de los ochenta se
reunió con una las grandes apariciones de la década, Fito Paez, para construir
“ La, la, la”. En ese doble, su versión de “Gricel”, es una perlita.
Los noventa, los encaró con el registro
de “Exactas” un recital en esa universidad donde la poesía de “Amor de
Primavera” va a seguir dando vueltas.
La última década del siglo, fue
para la música argentina el predominio del rock chabón y el aguante fue un
territorio donde la obra de Spinetta no tenía lugar ni había espacio para concesiones.
Emerge de esa pobreza musical y poética de la época con “Cheques”, disco doble junto a “Los socios del desierto”, un Power Trío arrollador.
Sigue construyendo con más discos
la combinación de música y poesía que ayuda alimentar el alma, en una extensa
discografía para consultar a través de los buscadores, para llegar al año 2009
donde celebra sus cuarenta años con la música. En ese cuatro de diciembre idea
y concreta uno de los más brillantes recitales que haya dado un artista por
estas tierras. Spinetta y Las Bandas Eternas, recorren toda su obra con los músicos
que participaron junto a el para plasmar esa inmensa obra.
Recordar ese escenario junto a
Ceratti y Muollo interpretando “Bajan”, me obliga a pensar que posiblemente,
algún tiempo por pasado fue mejor.
Spinetta, artista único e
irremplazable, quedará en el corazón de muchos para poder seguir viviendo con
su amor.
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