Palabras, ingrávidas palabras.



 Abro mi correo electrónico. Un mail de Spotify me notifica que ellos saben mejor que yo la música que escuché durante el año. Me señalan la cantidad de temas que reproduje, cual fue el músico al cual más escuché, que tipo de música acompañaron mis días, de que nacionalidad eran las bandas o solistas.
Una radiografía de mis estados de ánimos, instantáneas de mi alma en manos de terceros a disposición del mundo. Facebook se encarga de buscarme amigos, conocer mis simpatías políticas y ofrecerme en cómodas cuotas cosas en las que algunas vez estuve interesado. Twitter me proporciona la suficiente cantidad de noticias falsas para indigestarme con información y proveerme de una cantidad de enemigos a los cuales odiar. Google me conoce como nadie, ellos saben cuales son mis intereses más oscuros; los historiales de navegación de cada persona hablan más de ella que cincuenta horas de terapia.
Spotify me avisa que ellos saben que música me gusta, un acto de altanería innecesaria. Un golpe bajo del matón de la cuadra. " Sabemos que estas jodido"  parecieran decir. La música ha sido el último refugio de mis estados de ánimos, y el listado que me envían da muestra de ello.  Una playlist realmente deprimente y que cumple al pie de la letra el interrogante de John Cusak en "Alta Fidelidad"... "estoy triste porque escucho esta música o escucho esta música porque estoy triste?"
Crueldad innecesaria la de Spotify, es necesario  recordarme lo que posiblemente deseo olvidar?.
Y así andamos, con secretos guardados bajo cinco llaves...que ya conocen las multinacionales de las comunicaciones. Nuestros peores pecados y nuestras mayores virtudes silenciadas para nuestros amigos y almacenadas en servidores, para su uso discrecional por quienes tienen como fuente de incalculables ingresos digitarnos nuestras vidas.
La victoria arrasadora de la dictadura de los algoritmos. Las corporaciones que manejan las redes saben todo de nosotros y lo que pudieran llegar a ignorar, se lo proporcionamos nosotros de manera ingenua y gentil. 
Hemos tercerizado los sentimientos. Ese abrazo, nuestros viajes, nuestros dolores, nuestras utopías, nuestros desengaños... no terminan de configurarse si no los compartimos con desconocidos?. Y cuando hemos decidido que el dolor o la alegría no merece ser compartido...el gran hermano te recuerda que él lo sabe.
Aunque nada pueda hacer cambiar el estado de las cosas y las palabra no tengan peso; hay momentos en que me rebelo a que las personas sientan solo atracción por las redes. Volver a poner en vigencia la ley de gravedad, y que los cuerpos sientan atracción por otros cuerpos parece el desafío.






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