viernes, 25 de marzo de 2016

Me conecto, luego existo.

No me saques de tu cuenta, 
no me pidas contraseña. 
No me engañes, no pretendas, 
sólo quiero que me vuelvas a aceptar. 

¿Por qué me bajaste el pulgar? 
Yo sólo estaba jugando. 
Soy un intruso en tu red social, 
un hacker que te sigue amando. 

Necesito un signo de paz, 
no la ley del pulgar. 
Sólo un gesto de amor de verdad, 
no la ley del pulgar. 

No me borres de tus redes, 
no te atrevas, quiero verte. 
Sin mensajes, cara a cara, 
sólo verte y que me vuelvas a aceptar. 

¿Por qué me bajaste el pulgar? 
Yo sólo estaba jugando. 
Si esto es lo que hay, 
prefiero seguir esperando. 

Necesito un signo de paz, 
no la ley del pulgar. 
Sólo un gesto de amor de verdad, 
no la ley del pulgar. 

Necesito un signo de paz, 
no la ley del pulgar. 
Sólo un gesto de amor de verdad, 
no la ley del pulgar
(Miguel Mateos, La Ley del Pulgar)

Viernes al mediodía en Buenos Aires; la carrera inútil contra el descubierto bancario, esa montaña de papeles que al comenzar el día nos perjuramos liquidar, los clientes que buscan en el último día de la semana la solución mágica a problemas a los cuales no le hemos hallado solución desde tiempos inmemoriales, el cansancio arrastrado desde el inicio del día.
Dos opciones, seguir dando pelea o bajar la persiana, deseando que el lunes por la mañana las neuronas reaparezcan. Que el whatsapp  grite hasta el cansancio, los mensajes de textos se acumulen junto a los mails en la bandeja de entrada y a regañadientes contestar selectivamente las últimas llamadas. La clausura a los problemas se impone.
Me siento en una mesa del Gijón, donde espero a Castelli para almorzar y cicatrizar heridas. Al verlo llegar, nos saludamos, y una vez acomodado reitera un ritual que no deja de sorprenderme. Abre su mochila, y me regala un CD, el último de Miguel Mateos que contiene la canción cuya letra encabeza este post. la que  me lleva a escribir estas lineas.
Somos, lo que subimos a Facebook, injuriamos en ciento cuarenta caracteres en la red del Pajarito y damos por cierto en ese ámbito que,  cualquier noticia es verdadera (la peor de las consecuencias es que los periodistas asumen el mismo rol de los twitteros, y pasan para mejor oportunidad la confirmación de las fuentes que a esta altura de la partida suena una práctica usada por última vez por Natalio Botana).
Nos sentimos morir si no estamos en línea, con nuestro amigos. Esos a quienes no conocemos, relegando a quienes si conocemos a la disputa eterna, hasta la injuria más lastimosa. Esa sentencia que condena, sin posibilidad de ser rebatida de manera que los Borgia hubieran deseado.
Castelli y Mateos, me hacen caer en la cuenta que lo verdaderamente importante es lo que se puede decir cara a cara; lo demás es todo chamuyo o un espacio cobarde para cobrarse viejas cuentas.




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