sábado, 26 de diciembre de 2015

Honor y Patria


Gracias a la tecnología, a la que muchas veces puteo por saturarme de información vacía de contenidos y sentimientos, en la mañana de este veinticuatro de diciembre un dilecto amigo me envía la foto que encabeza este post vía whatsapp.
Entre los apuros inevitables de las fiestas de fin de año, tratar de armar las valijas para irme de vacaciones y dejar la mayor cantidad posibles cerradas en el trabajo (en una misión imposible a la cual uno siempre se empeña en cumplir para fracasar inevitablemente), la foto en cuestión me robó una sonrisa e inevitablemente me otorgó un boleto hacia un viaje al pasado. No al pasado, cargado de épica y de vivencias inexistentes, al que parece que nos hemos abrazado para cambiar nuestras vidas aunque más no sea desde un lugar que solo reside en nuestra imaginación.
En este imaginario recorrido, volví a mi historia, a mis afectos (los que aún perduran y los que se han ido a lo largo de todos estos años), y también a una sociedad que conocí y que hoy solo anidan en el arcón de mis recuerdos.
La  foto en cuestión retrata el frente de un club de barrio, de los tantos que la ciudad en que nací y en la cual viví todos aquellas cosas que determinaron las pasiones, los códigos y el criterio vivir que con posterioridad concreté en otros ámbitos y ciudades; albergaba a lo largo de su territorio. Avellaneda, la ciudad en cuestión, como tantas del Gran Buenos se nutría de esos clubes, donde los mayores jugaban a las barajas, al billar, los vecinos organizaban su bailes de aquellos viejos carnavales y los pibes jugábamos al fútbol (esa patria donde uno se forjaba para compartir lo mejor y lo peor de los muchos eventos que el futuro nos iba a desafiar para poder enfrentarlos, y que las victorias terminarían escaseando y las derrotas serían asimiladas de la mejor manera posible)
En este club, Honor y Patria, me conocí con quien me envió la foto, hace ya casi cuarenta años. El retrato de ese frente del Club Social, me impactó melancólicamente Ese frente parece haber resistido el paso del tiempo, como así también haber resistido un deseable avance hacia el siglo veintiuno.
Lugares como este, fueron desapareciendo agónicamente con el paso de los años.Por falta de vecinos que se comprometieran con el sostenimiento de estas entidades, porque el barrio es un lugar en que nadie se conoce, porque el fútbol para niños se juega en otros lados y porque también porque el paso del tiempo ha cambiado nuestra sociedad de una manera tal que hoy casi resulta imposible sentirse identificado con clubes como este.
Estas líneas no buscan lamentarse por lo que la sociedad era, lo que nosotros fuimos o lo que creíamos que íbamos a ser y en definitiva nunca fuimos.
Me quedo con los recuerdos, revisitados con ternura, en donde para jugar no había botines para jugar sobre baldosas en regular estado, las pelotas eran las que se podían conseguir y objetos a cuidar como un tesoro indispensable, y las redes para los arcos eran lujos solo permitidos para los partidos de los campeonatos oficiales. Donde en cada equipo jugaban todos, los mejores, los perseverantes y también los malos jugadores. Porque en cada uno de esos equipos, todos eramos necesarios y la victoria era un objetivo deseado y no una religión en cuyo altar se sacrifica la inocencia, la solidaridad y el placer de jugar por jugar. Muy lejos de camisetas profesionales, perteneciente a clubes de élite de otros lugares del mundo y de las ambiciones paternas de salvar a una familia con las virtudes futbolísticas de un chiquilín de diez años; vivimos en otra realidad. Seguramente más ingenua y menos materialista.
En esa patria de la infancia yo me crié, al igual que el autor de la foto. Ambos nos criamos en el honor de vivir dignamente, sin necesidad de muchas cosas; con la amistad y un pase al pecho la vida merecía ser vivida.

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