domingo, 21 de junio de 2015

Padres en su día



Conjuntamente con el inicio del invierno, Argentina celebró el Día del Padre. Originado en decisiones castrenses que quisieron renovar su ​ devoción sanmartiniana, sobre fines de los años cincuenta se inauguró esta conmemoración; inicialmente dedicada al Libertador de América.
Con el transcurso del tiempo, Y Como el comercio parece siempre ganarle la pulseada a la historia, se le designó un día séptimo fijo, el tercero de cada mes de junio. 
Un cauto equilibrio dentro de la altura del mes, para que en los bolsillos de los consumidores exista algo de dinero que el fin de mes declarare la sequía de fondos. Versión actualmente mejorada en forma notable con la superpoblación de tarjetas de créditos, que posibilitan ese raro milagro que los meses no tengan comienzo ni fin, una excepción que los límites de créditos dicten el final de toda fiesta consumista. Y allí corremos todos, padres e hijos, a rendirnos antes las cajas registradora. Los restaurantes se llenan de comensales, haciendo descansar al eterno asador de los hogares en algunos casos, y cumpliendo el rito anual que conjuntamente con las fiestas de fin de año, justifican encontrarnos con nuestros padres.

​Raúl, desde ese oscuro departamento del Barrio de Congreso percibe esta festividad; se lo van prenunciando los distintos avisos con promociones especiales de las cuales se abarrotan los periódicos,  inundando de igual manera las pautas publicitarias de Radio y Televisión. Fuera de ello, un domingo más.
Quitarle cualquier tipo de significación a esa fecha ,que insoportablemente vuelve cada año, ha sido su modesto escudo para que la soledad no lo abrace de manera tal, que sus brazos no lo dejen sin aliento. En lejanos años, cuando aún tenía fuerzas para ejercer la ironía, citaba a Becquer con una mueca cínica "La soledad es muy hermosa ... cuando se tiene junto a alguien a quien decírselo".
Mantuvo durante varios años, la resistencia necesaria para encontrarse desde la salida del sol hasta los melancólicos anocheceres , sentado frente a ese gris aparato telefónico a la espera a que de una vez por todas un llamado interrumpiera ese inmenso océano de silencio. Cansado de la espera del milagro, y fin de evitarse tantos domingos de cenas con lágrimas y preguntas, desistió de tal ejercicio. Cada tanto, se rinde al triste ritual de recordar las voces de Mario y Emilce, con el paso de los años se han ido desdibujando recordándolas cada vez con menos volumen. 
Mario, su hijo mayor, fue en alguna época su orgullo. Brillante estudiante, Raúl se sentía completo con su logros. Jamás importaron las horas necesarias en las que permaneció en aquel Estudio Contable que permitiera costearle la Universidad y su postgrado. El talento del primogénito, dieron origen a distintos viajes por Latinoamerica y Europa motivados en los distintos cargos gerenciales con que la Auditora Multinacional, lo premiaba. En ese ascenso social se parió este descenso afectivo. La distancia, las cortas estadías en el país con agenda completa, la multiplicidad de matrimonios e hijos; hicieron el resto. 
Su encuentros y sus llamadas se fueron distanciando a medida que los medios de comunicación se fueron multiplicando casi hasta el infinito.
Emilce, gozó de las mieles agridulces de la sobreprotección y el perdón perpetuo. Casi a modo de disculpa por no haber podido prever la partida de su madre sin siquiera una carta de despedida; desapareciendo toda posibilidad de volverla a encontrar después de su partida con aquel aquel gris viajante de comercio al que alquilaban el cuarto del fondo de aquel añoso caserón de Flores donde la familia vivió hasta que todo voló por los aires. 
La ausencia de Raùl durante todo el día con el afán de querer proveerles un futuro a sus hijos, le permitió a Emilce de disponer a voluntad de todo el tiempo libre, muchas veces robado al colegio, como también dedicarse a la búsqueda permanente de cubrir sus carencias afectivas junto a las personas equivocadas. Esa sumatoria explosiva, culminaban de moldear a un ser inseguro que encontraba respaldo en tipos golpeadores, militantes de todos los vicios. Con el paso de los años y la caída de sus carnes, el alcohol y las drogas fue su refugio en la isla del infierno. Con entradas y salidas permanentes de lugares de desintoxicación, sus últimas visitas tenían como única intención tener un techo durante algunas noches, comida caliente e iniciar una nueva partida con un par de pesos que la jubilación de Raúl todavía podía permitirse de distraer de su menú de medicamentos. Su última partida, culposamente Raúl la sintió como una liberación, esos últimos cuatros días de un año al cual ya intenta no registrar fueron de reproches, discursos balbuceantes, gritos y llantos.

Cuando el sol de este domingo se ha rendido al poder de las sombras, Raúl siente una especie de alivio al sentir que esta maldita celebración se encuentre a punto de terminar. Ha perdido toda intención de preguntarse los porques, solo sabe como son estos días, que más de una vez desea que sean los últimos.

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