Siempre que uno desea escribir sobre determinado tema, es conveniente
contar con un archivo al uno pueda recurrir para ajustar algunos
datos sobre el tema a la cual nos encontramos abocados.
De esa manera se nos han acumulado kilos y kilos de papel de diarios,
revistas, folletos y hasta de prospectos médicos.
Inicialmente nos perjuramos hacer una depuración de esas pilas de
publicaciones que se nos van acumulando en los armarios, en los
estantes y en los rincones libres que, a medida que la promesa de
selección se desvanece, van siendo menos. Entonces sucede que, las
selección de las publicaciones que definitivamente consultaremos
para escribir algo, se hace a las apuradas. Arrojamos a la basura
aquello que es demasiado obvio que no nos servirá de nada y que no
consultaremos jamás.
Ante la velocidad del tiempo y los hechos, no hemos dejado lugar
libre para seguir archivando. Y es tanta la velocidad de publicación
que empezamos archivar lo que nunca leímos, engañandonos con que en
alguno momento lo leeremos.
Los libros que hemos comprando van sufriendo la misma demora para ser
visitados, y empiezan a ser la mejor manera de completar los estantes
de las bibliotecas y cuando nuestra compulsión por ellos hacen que
empiecen a ser guardados sin siquiera ser desnudos del celofán con
el que vienen desde las librerias; comienzan a ser parte de columnas
a las que hay sortear para llegar al escritorio y sentarse ante la
computadora.
Las publicaciones electrónicas, las redes sociales, los mails, los
portales de los periódicos, los blogs que nos interesan; provocan
que a la falta de espacio se sume la escasez de tiempo.
Con menos tiempo y espacio, lo acumulado deviene en inútil. Nos
empezamos a dar cuenta que nunca leeremos todo lo que ya hemos
adquirido. Educados en una estructura enciclopedista, nuestro sueño
de emular a Balzac choca con la realidad de la lucha con el
cansancio, la necesidad de vivir de otras cosas que no nos gustan
pero que sirven para cumplir con las cuentas que se acumulan mes a
mes y que llegado el fin del día uno se sienta ante el televisor o
ante una botella para lograr alguno de ellos nos anestesien las
desilusiones y los problemas.
A llegar los fines de semanas, nuestros compromisos sociales y
familiares hacen que dedicarse a ordenar todo aquel castillo de
papeles, libros, archivos que se añejan en los pen drive o en los
discos duros suene a un castigo a trabajo forzados.
Dándole una vuelta de tuerca a las promesas que hemos realizado
repetidamente ante la proximidad de cada nuevo año, hemos abjurado
de realizar en los próximos doce meses lo que no hemos hecho en
todos estos años.
Conscientes que la mecha se va a acortando, y que las promesas de
cambios ante nuevos años se vuelven ciertamente finitas; decidimos
llegar a la medianoche del treinta y uno de diciembre livianos de
equipaje. Allí van los recortes, los diarios de viajes y las cajas
con papeles repletos de artículos que ya no leeremos a los
contenedores de la basura. Limpiamos los armarios, las bibliotecas y
el escritorio. Nos desprendimos de todo, para no perder más tiempo
(el que ya se nos ha vuelto escaso). Las crónicas de los tiempos,
los sentimientos ocurren en este preciso instante. Cuando la
melancolía de algún recuerdo nos invada apelaremos a la memoria,
que no será demasiado más desacertada de todo lo que escriben
otros.
No creemos que mejoremos en absoluto la escasa calidad de nuestros
escritos, pero si sentimos que seremos menos esclavo de la
información que teníamos acumulada. Igual de mediocres, pero con
más espacio para caminar para cuando no encontremos las palabras que
necesitamos para expresar lo que sentimos.
Lo felicito, suena más liviano; ideal para empezar el 2014. Feliz Navidad y que tenga un buen año.
ResponderEliminarBuena idea la liviandad, pero todavía no me convence. En esta me cuesta acompañarlo, aún.
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