Una ciudad para Soriano



“No creo que sea lo mismo la soledad en Dinamarca que la soledad en Argentina. No es que descalifique la soledad del pobre dinamarqués. Una persona se puede sentir como una mierda en cualquier país, pero el dinamarqués va y se suicida; en cambio aquí la soledad nos acompaña desde el nacimiento, junto con la idea de que hay pocas maneras de incidir en el curso de nuestras vidas, porque estamos más expuestos a las vicisitudes. Un argentino, en lugar de suicidarse, deambula. O se mete en problemas” 
                                                            Osvaldo Soriano, octubre de 1995
De regreso a casa, me dediqué a revisar la inmensa cantidad de correos electrónicos que se almacenaron en el buzón de entrada  con una cantidad de información imposible de rescatar después de no encender la computadora durante dos semanas. En uno de ellos, recibí de un amigo este texto que encabeza este post. A esta altura del partido, esa vieja disputa entre casualidades y causalidades, me tiene absolutamente sin cuidado. Pero que el autor de ese texto, sea alguien sobre el cual al momento de llegar a Ezeiza figuraba con un par de notas en mi libreta, me sacudió.La manera en que se cruzan los caminos sobre comunes afectos en un preciso momento y no otro, exceden mis posibilidades de desentrañarlos.

Soriano es uno de esos de escritores a los que la "cátedra" siempre les negó un reconocimiento. Ser un escritor popular (supo en sus tiempos de gloria, ser un escritor de novelas más vendedor.Transformado en un best seller; las capillas intelectuales de derecha e izquierda al unísono no le perdonaron jamás romper una de las máximas no escrita de estas sectas; vender casi nada para ser galardonado con una estrella a la cual adoran, ser desconocido por el gran publico para transformarse por voluntad de vaya a saber quien, en un escritor de culto). El abordaje de su columnas dominicales en Pagina/12, daban cuentan de la política del menemismo y de su eterna pasión futbolera con su corazón azulgrana como estandarte. Es difícil no recordarlo con un cigarro en la mano, un gato recorriendo algún lugar de su estudio, y su gusto por vivir de noche disfrutando la charlas entre colegas como así también el reconocimiento de los bares porteños por permitir un café acompañado con un vaso de soda. Su amor por los escritores americanos de la primero mitad de siglo pasado, no ayudaban para nada para que los burócratas de las letras le tuvieran aprecio. Su amor por Hammet, y Chandler,  sumado a su devoción por los escritos arltianos no ayudaban a que los mediocres de siempre le reconocieran sus fenomenales dotes de escritor.

En mis días recorriendo Estambul, entre la permanente sorpresa por el continuo descubrimiento de pequeñas cosas en esa ciudad tan cosmopolita y tan ancestral, caprichosamente decidí que esta era una ciudad para el.
Seguramente Estambul, es una de las ciudades donde más se fuma. Pese a una fuerte campaña gubernamental, que va en línea con un tendencia mundial de dar franca batalla al tabaquismo, en esta ciudad parece que la resistencia a una vida más sana comprenderá una confrontación de largo aliento. Debajo de carteles donde explicitamente se deja claro, que allí no se puede fumar; una mesa integrada por seis parroquianos esbozan una pequeña nube de humo generada a través de la pitadas dadas a un narguile.
En Estambul, se fuma en lugares abiertos y en lugares cerrados. En bares, mercados y fuera de la mezquitas. A toda hora. Soriano allí se hubiera fumado un par de puchos.
Los cafés turcos son un lugar de reunión muy concurridos, aunque la mayoría de los asistentes consumen te; el café congrega a un numero importante de persona en Estambul al igual que en Ankara, Capàdocia, Kusadasi, Pamukkale, Konya. Y en la mayoría de ellos se sirve al gusto porteño, al que Soriano era tan afecto. Acompañado por una vaso de agua o de soda..
Pero definitivamente Soriano hubiera quedado enamorado de Estambul, por el dominio que tienen sobre la ciudad los gatos, esos animales a los que el gordo tanto amaba y a  cuales  designaba  jueces de sus obras de acuerdo a la forma en que embistieran sobre las hojas en las que se gestionaba una nueva obra. Los gatos dominan cada rincón de  la ciudad. En la mezquita de Santa Sofía, en el Gran Bazar y en cada una las plazas de la ciudad los felinos son absolutos dueños de los espacios:

La historia pareciera señalar que los sultanes otomanos, amaban a los gatos haciéndolos residentes distinguidos de los jardines de sus palacios.
La religión mayoritaria en Turquía, el Islam, le han otorgado a estos animales también un grado de protección desconocido en otro lugar del mundo. Al parecer los gatos eran los preferidos de Mahoma. Al parecer Mahoma tenía una gata llamada Muezza, la cual un día se quedó dormida sobre la túnica del profeta. Con la intención de no molestar su sueño, Mahoma, cortó con una tijera su túnica para que la gata siguiera durmiendo. Al regreso a su hogar, la gata lo recibe un gran alegría; algo que emocionó de tal manera a Mahoma otorgándole a los felinos la gracia de caer de pie y entrar en el paraíso.
En la actualidad, el gobierno turco sigue protegiendo a los gatos de manera tal, que desde el Estado se le construya pequeñas casas de madera; aún frente a reparticiones militares.
Es dificil predecir cuan cómodo se hubiera sentido Soriano en Estambul, para escribir allí su obra, pero en este lugar hubiera tenido miles de compañeros de ruta para corregir su libros.





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