domingo, 28 de diciembre de 2014

Una profuga eterna

Mi cabeza golpea las estrellas
Mis pies están sobre la cumbre de las montañas
Las puntas de mis dedos están en los valles y las playas de la vida universal
Abajo en la espuma sonora de las cosas prímigenias
tiendo las manos y juego con los guijarros del destino
He ido y vuelto del infierno muchas veces,
Sé todo del cielo, porque he hablado con Dios.
Chapoteo en la sangre y en las entrañas de lo terrible
Conozco la apasionada captación de la belleza
Y la maravillosa rebelión del hombre ante todos 
los letreros que dicen: "No pasar"

Mi nombre es la verdad
y soy el preso más esquivo del universo

("¿Quien Soy?" Carl Sandburg)

La verdad, quizás sea el estandarte que se enarbola de manera más letal para derramar sangre de inocentes.
En el uso diario y doméstico de los simples mortales, creernos propietarios de ella, nos ciega a punto tal de negar al otro.
Ser sus dueños, nos posibilita contar con la impunidad de lacerar los sentimientos de quienes nos rodean y regodearnos en la libertad que todos nuestros actos cuenten con un supuesto halo de libertad sin condicionamientos. Así de manera lenta pero pertinaz, nos hacemos presos de los dogmas y se nos va mutilando esa sorprendente capacidad con la que llegamos al mundo de escuchar otras voces, degustar otros sabores y terminamos envueltos en la oscuridad que impide gozar de otros colores.
Sentirnos sus titulares, nos libera de la incomoda tarea de perseguirla sabiendo que raramente la atraparemos y que, de manera inevitable, la tendremos en nuestras manos escasos momentos para que luego se escurra como agua entre los dedos, y nos debamos dedicar nuevamente, a tomar aliento y comenzar de manera infinita su búsqueda..
Su persecución genera angustia, desaliento, cansancio. Nos obliga a beber de otras aguas y a sentir que somos hijos de la duda.
Vivir en la certeza que la tenemos de manera permanente guardada en alguno de nuestros bolsillos; nos permite contrarrestar nuestros miedos, liberándonos ficticiamente de ellos. 
Su posesión nos tranquiliza, evitando de esa manera bucear en aguas profundas y oscuras, escalar montañas que nos roban hasta el último aliento y ensuciarnos muchas veces en los barros de los enigmas.
Vaya para todos los propietarios de ella, nuestros más ferviente deseo que se liberen de ella lo más pronto posible. Y para sus permanentes perseguidores, nuestro fraternal abrazo.



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