viernes, 19 de octubre de 2012

ARTURO


La designación del primer trabajador, ha sido un título asignado desde que tengo uso de razón, al Gral. Perón.
En mi caso,ese título era la descripción de otra persona.
Trabajó durante cuarenta y dos años en la misma empresa, ese solo dato hace que para mí ese rotulo le pertenezca con total justicia.
Su historia, comenzó mucho antes en una ciudad de la costa atlántica del sur de la provincia de Buenos Aires.
Grabada a fuego, me quedó esa anécdota que me contó sobre aquel día que pasó llorando en un banco de plaza de la ciudad de Necochea. Sus padres le habían informado que, el colegio a partir de ese momento, había pasado a ser historia y que de allí en más se iba a incorporar a un ejercito de miles de pibes que trabajaban para llevar algún garbanzo a la casa.
Difícil me fue siempre, aprehender en toda su magnitud el dolor que le significó la comunicación de la muerte de su infancia; con que tipos de herramientas pudo seguir adelante cuando la parte más tierna de la vida de un hombre se mutila, decisión fundada en las realidades económicas de la época.
Como si esto fuera poco, la temprana muerte de su padre, lo obligó a recalar en Azul para irse a vivir con su tío. Allí también, la muerte se dió otra visita y marcó la partida de quien se había quedado a cargo de su crianza. Como nueva lección de vida, en esa situación aprendió como una familia puede transformarse en una bandada de chacales para pasar a revisar todos los cajones de la casa buscando los pocos bienes que el difunto había dejado como producto de su paso por la vida.
Así fue que en el poco tiempo en que todo hombre debería ser dueño de nuevos conocimientos y recurrentes afectos; se inició en el mundo laboral y en el conocimiento de las miserias humanas.
La vida de los hijos de inmigrantes en la Argentina granero del mundo, no sabía de juegos y tareas escolares.
Con su madre y sus dos hermanos, terminó recalando en la Avellaneda fabril de la década del treinta.
Otro italiano ganó el corazón de su madre, y a modo de pioneros de las familias ensambladas, llegaron otros cuatro hermanos para integrar la familia.
Avellaneda en esos años, eran un montón de archipiélagos cruzados por pequeños brazos del Riachuelo. Los frigoríficos, los talleres y los nuevos habitantes hicieron que fuera necesario un rellenado urgente  de barrios que parecían islas y que dieran impulso a esa Argentina preperonista.
Confluyeron allí, la primeras y segundas olas inmigratorias europeas corridas por la primera gran guerra y con el faro iluminador de saber que, con trabajo había comida, y el trabajo no faltaba. Esa inmigración se fundió con otra, venida de tierras más cercanas y que pertenecían a la Argentina profunda, hartos de estar sometidos a los caprichos de los caudillos electorales que daban por votados a aquellos que no había llegado aún a la mesa de los comicios; a ese hastío se mezclaba el cansancio de trabajar de sol a sol en los campos y que con lo producido con ese sacrificio nunca rindiera otra cosa que la subsistencia para ver como después esos animales, las cosechas y los litros de leche le rindieran a gente de apellidos patricios las fortunas que le permitirán realizar esos viajes a la vieja Europa, que estaba a punto de estallar en otra guerra.
De esa masa inmigratoria venida desde el otro lado del océano y desde las entrañas de la patria se poblaron los bordes de la Capital Federal.
De esa población, se conformaron los conventillos de La Boca, que se fueron extendiendo como brazo natural en la Isla Maciel y el Dock Sud. Las casas chorizos, lugar de residencia de más de una familia, se ramificaron por Avellaneda y Lanús hasta el límite en donde aquellos partidos se extendían.
En Avellaneda, luego de varios trabajos menores y mal pagos, entró a trabajar a la refinería de petroleo donde pasará gran parte de su vida. Soltero, con un sueldo que le permitía bancar la casa y darse algunos gustos, empezó a construir una vida sin sobresaltos. Nunca para tirar manteca al techo, pero siempre con margen para parar la olla.
Al empezar a husmear en su guardarropa, siempre me extrañó ver tantos trajes. Que sumaban cinco pero que me parecían demasiados para un tipo que siempre trabajó en una fábrica.
Cuando supe que gustaba del teatro y del cine, empecé a entender algunas cosas. En su época nadie iba a esos lugares sin traje y sin corbata. Y distribuía la semana entre dos o tres veces al teatro y otras tantas al cine.
Fue amante de las películas de cowboys y del cine negro (aunque el nunca conociera esa denominación para las films  de detectives)
Y mas allá del teatro y del cine, tenía una cita obligada los domingos ( cuando ese día solo pertenecía a los ravioles y al fútbol), y a través de ella recorrió todas las canchas del país (cuando el país futbolero tenía como mayor límite la ciudad de Rosario).
Vio a Erico, a Ceconatto Lacassia Grillo y Cruz, también vio a Navarro y Rolán, fue testigo de la victoria contra el Santos de Pelé en Avellaneda y también lo vio al Bocha. Demás esta decir que era hincha de Independiente.
Pero como todos los futboleros de aquellas épocas gozó con la maquina de River, con Angel Clemente Rojas, con los carasucias de San Lorenzo y hasta podría decir (aunque nunca me lo admitió) con el Racing de José.
Siempre tuve claro que había un equipo que detestaba, y ese equipo era Estudiantes. Nunca se bancó que se elogiara al antifubol. Odiaba la forma desleal de jugar, aunque esa forma triunfara. Los analistas del deporte podrán decir otra cosa, pero yo me quedé pegado a su pensamiento.
Cuando ya todo su entorno y por sobretodo su familia, le habían puesto la etiqueta de solteron; sorprendió a todos casándose con un entrerriana diez años menor que él. A sus cincuenta ya todos lo calcularon material de descarte pero no solo se casó, sino que a la edad en que todos empezaban a ser abuelos, no tuvo mejor idea que ser padre.
A los dos días de haber nacido su primogénito  nadie hubiera imaginado que no concurriera a ver su mujer y su hijo (nacido por cesarea, con los riesgos que eso significaba a comienzos de los sesenta del siglo pasado) para irse a ver el clásico. Ese día, como regalo de su flamante paternidad , Independiente le ganó 3-1 a Racing.
Baldeaba el patio de su casa a horarios hoy increíbles, y a las siete de la mañana ponía la radio eléctrica a todo volumen, para que los tangos invadieran esas mañanas de Piñeyro. Sus vecinas, adorables sesentonas, adoraban ese fondo musical que hoy cualquier vecino podría reconvertir en una puteada.
En año 1973, ya estaba para jubilarse, y todos sus compañeros lo cargaban acerca de lo felices que iban a ser cuando lo pasaran a retiro. Ironías del destino, el 25 de mayo de ese año, mientras asumía Cámpora, la fábrica cerró y los únicos que quedaron fueron los viejos que estaban para jubilarse. Durante cinco años fue sereno, con los otros dos que tenían su edad y que estaban para el retiro. Formó parte de un trío que tenía a su merced la custodia de lo que había sido una refinería de petroleo y a ninguno de los tres se le pasó por la cabeza llevarse ni siquiera un tornillo.
Cuando la fábrica se vendió, su patrones le dijeron que se llevara lo que quisiera. Lo que se llevó de allí fue una pileta y un armario para su hijo.
Se fue de vacaciones dos o tres veces en su vida, pero nunca le dio mucha bola a eso.
Amaba cuidar la parra de su patio, y recoger la uvas cerezas que estaban a punto en marzo.
Luego de su ulcera,  después de seis años, volvió a fumar. Cuatro cigarrillos al día, fumaba Particulares 33, uno después del mate otro después del almuerzo un tercero después de la merienda y el último después de cenar.
Con el pisé por primera vez, a mis ocho años, la cancha de Independiente. Me fue llevando de a poco, primero los partidos con rivales que casi no  traían hinchada que casi siempre era los partidos que se jugaban los viernes. Después de casi dos años me llevó al primer clásico.
Ya en los comienzo de mi adolescencia, me dio la libertad de dejarme ir a otra tribuna donde se veía mejor pero que a el le costaba llegar. Su generosidad hizo que ,contraviniendo su costumbre de irse cinco minutos antes de terminar el partido, me esperara en la salida de la doble visera, entendiendo esa pulsión distinta que te otorga la juventud.
Tuvo el arte, cuando yo era niño, de hacerme unas escopetas de madera con las cuales superé las siestas sureñas en un juego solitario contra ejercito enemigos.
Supe de su emoción de recibir una carta que le remití desde Misiones, cuando el ya estaba enfermo y yo no sabía nada sobre eso.
Aprendí de el, la pasión por la lectura de los diarios y la compañía de la radio.
Quizás tuvimos poco tiempo para conocernos, se que me enseñó mucho, también se que su partida me marcó más ; pero  por sobre todas las cosas sé que ese tipo fue mi viejo, que  somos tocayos porque me legó su nombre y que en un día como hoy hubiera cumplido cien años .
A manera de celebración tomo una copa de vino a su memoria  y escribo estas lineas  a manera de homenaje. Que te encuentres bien, porque siempre te lo mereciste, en el lugar que estes. Siempre te voy a querer mucho.

2 comentarios:

  1. Hermoso texto, mejor personaje y supremos sentimientos. Qué bueno sentir así por el viejo.!! Qué pluma, Carajo, que caminos!

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  2. Pintaste de forma clara las vivencias de aquellos años, quienes hemos tenido padres inmigrantes, sabemos de qué cosas estás hablando.
    A mi humilde entender, solo faltó la palabra “Gracias”, por esos recuerdos, esas vivencias y todas esas historias que te relató y que ahora permitieron que pudieras rendirle este hermoso homenaje a través de la palabra escrita.
    Yo te doy las gracias por haberlo compartido y permitirnos descubrir tus sentimientos.

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