TODOS SOMOS INQUILINOS



Apenas somos un solo:una sola infancia, un solo camino, una historia sola, pequeña, estrecha, contradictoria. ¿Porque conformarse con tan poco? ¿Porque negarse a conocer y a inventarse nuevos caminos? ¿ Por qué no buscar, salir a la calle y buscar entre miles como nosotros, historias apasionadas, tristezas infinitas, amores eternos y fugaces? ¿Para que crear, si no es para romper esa miserable individualidad que nos encierra entre las rejas de nuestra única vida?
(Parrafo del libro "Polo, el buscador" de Hugo Montero y Ignacio Portela, Editorial Sudestada)




La infancia nos pertenece hasta el infinito, los años no se sucederán jamás. Hasta que alguien nos sorprende anoticiandonos acerca de la verdadera identidad de Papá Noel, Los Reyes Magos y el Ratón Perez. Las primeras erecciones, la primera menstruación, el crecimiento del bello púvico, el desarrollo de los senos; nos indican que los cuerpos han comenzado a hablar otro lenguaje, los rubores no solo son de vergüenza y otra pulsión invade nuestros cuerpos. Aquellos instantes, que nos expulsan de la morada de la niñez.
Comenzamos a locar en ese estado de continuo descubrimiento llamado adolescencia, donde nos convencemos que nuestros padres no entienden nada  por donde va la vida, establecemos amistades cómplices descontado nos van acompañar el restos de nuestras días, nos sentimos morir ante el primer fracaso amoroso pensado que de ese dolor no nos recuperaremos jamás, las primeras incursiones nocturnas, interminables paradas ante el espejo hacen desconfiar de quien vemos frente a nosotros pueda llamar la atención de alguien que nos interesa sobremanera, nos enclaustramos en nuestros dormitorios con el techo como único horizonte y aquellas canciones que se repiten hasta el infinito. De golpe el arrendamiento de la pubertad culmina  casi a la par de la entrega de un diploma en una ceremonia donde nos prometemos que nada va a ser adiós si no un hasta luego y que esa novia nos acompañará hasta alcanzar el paraíso de la felicidad. 

Salimos a la vida, y logramos sorprendentes records de horas sin dormir, realizando todo tipo de actividades o haciendo desbordes inimaginables. Subidos a cualquier tren, rara vez se practica  algo en forma metódica. Deportes hasta estado de agotamiento; lecturas apasionadas; militancias sin descanso; alcohol, tabaco o drogas en cantidades medicamente reprochables. Hasta que en la mayoría de los casos alguien se cruza en nuestro camino y creemos enderezar nuestras vidas por rutas mas tradicionales, donde se acumulan al viaje hijos y familias. Allí, llega la notificación certificada comunicando que se ha acabado el arrendamiento de ese espacio denominado juventud.
Nos alojamos en otro lugar, menos placentero, sujeto a mayores clausulas, más rígido. Espacio de escasa circulación de aire que a veces se torna irrespirable. Solemos romper contratos, descubrimos a otros y abandonamos a aquellos, comenzamos un ensamblado no exento de complejidades en el armado.

A partir de allí notamos que las pérdidas son mayores y que nada nos pertenece, sólo pasan por nuestras vidas con la engañosa sensación de adquirir el dominio de ellas. Comienzan la contradicción de aquí en adelante permanente, del miedo a la soledad y el hastío de las compañías. Con ella viviremos hasta el fin de nuestras vidas, habiendo caducado la madurez y comenzando el ultimo estadío al que algunos llegan y otros quedan en el camino.
Las identidades, patrias y fidelidades volarán por los aires en enésimas cantidades; cuando los tiempos de añorar otros más lejanos, idealicen territorios inexistentes.
Todos es provisorio, fugaz, etéreo. Al darnos cuenta que nada es para siempre, la mayor de las veces comprobamos que la única seguridad, es haber llegado mal y tarde a todo lo que hoy deseamos y mañana desecharemos.
Las consecuencias lógicas de ser eternos inquilinos.


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